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El BCE adoptó un tono más positivo que en septiembre, mostrando mayor confianza en el crecimiento pese a la incertidumbre global. Considera adecuado el tipo de depósito del 2 % y, a menos que los datos entrantes modifiquen sustancialmente las perspectivas, parece dispuesto a mantener su postura bien entrado el próximo año

El foco de la reunión de política monetaria del BCE del jueves no residía tanto en la decisión sobre los tipos de interés —ya descontada por analistas y mercados, que esperaban sin cambios el tipo de depósito en el 2%— como en las señales que pudiera dar Christine Lagarde sobre los próximos movimientos.

En su conferencia de prensa del jueves tras la reunión del BCE se despidió la presidenta Lagarde de periodistas y oyentes deseando unas vacaciones de “esperar y ver”, expresión muy utilizada por banqueros centrales para dar a entender que los siguientes movimientos de política monetaria dependerán de los acontecimientos.

Lagarde logró enfriar las expectativas de otro recorte este año, reforzando un enfoque más prudente y dependiente de datos. Si el panorama global no empeora, y sin sorpresas en inflación o actividad, el BCE podría haber alcanzado ya el final de su ciclo de relajación.

La reunión del BCE de la pasada semana era más interesante por las señales que podía dejar de sus próximos movimientos que por la decisión tomada, un recorte de 25 puntos básicos en los principales tipos de referencia ampliamente descontada por analistas y mercados.

El BCE recortó los tipos al 2 % con un amplio consenso y señaló que el ciclo de recortes podría estar llegando a su fin. Aunque se muestra confiado respecto a la trayectoria de la inflación, la elevada incertidumbre geopolítica y comercial deja abiertas las decisiones futuras.

Las últimas reuniones de la Reserva Federal (Fed) y del Banco Central Europeo (BCE) han constatado lo que se esperaba: que la política monetaria de ambas áreas empieza a andar por derroteros distintos.